El reverendo Edwin Abbott publicó a principios del siglo XX un inquietante titulado “Flatland”. La traducción vendría a ser algo así como “Planolandia”, y en él se contaba la historia de un habitante del mundo bidimensional, es decir, de una realidad que sólo tiene longitud y anchura, pero no altura. Es un mundo plano, como la superficie de una hoja de papel, habitado por líneas, triángulos, cuadrados.
Sus moradores pueden moverse libremente en esta superficie, pero, al igual que las sombras, ni pueden ascender por encima ni descender por debajo de ella. Ellos ignoran esta limitación, porque la idea de una tercera dimensión les resulta inimaginable, hasta que uno de los habitantes de Planolandia, un cuadrado, tiene un sueño en el que viaja a un mundo unidimensional, cuyos habitantes son puntos y rayas. Todos se mueven hacia delante o hacia atrás, pero siempre sobre una línea, a la que llaman su mundo. El cuadrado intenta explicar a la raya más larga de “Linelandia”, el monarca, que existe otro mundo de dos dimensiones, pero la idea les resulta tan inconcebible que todos los habitantes se lanzan sobre el cuadrado con la intención de asesinarle: para ellos, el cuadrado está loco.
Salgamos del libro del reverendo Abbott. Muchos años después, en nuestro mundo tridimensional, un psiquiatra realizó un fascinante estudio para averiguar cuánto influye el hecho de emitir un diagnóstico psiquiátrico sobre las personas en la forma en que entendemos su comportamiento. Se preguntaba: ¿qué pasaría si un número de personas, completamente cuerdas, trataran de ingresar en un hospital psiquiátrico fingiendo padecer alguno de los síntomas de la locura? ¿Se los calificaría de locos? Y, caso de ser admitidos en el hospital, ¿se darían cuenta los doctores de que se trataba de una impostura?
Los ocho participantes en la investigación (psicólogos, psiquiatras, pediatras, un ama de casa…) solicitaron una cita quejándose de oír voces. Estos dos datos (las voces imaginarias y la verdadera profesión) fueron los únicos elementos de la impostura: no mintieron en sus sentimientos, sus pensamientos o los acontecimientos significativos de su vida… Y todos ellos, personas sanas, fueron diagnosticados como psicóticos o esquizofrénicos.
Tan pronto como los pseudo pacientes quedaron al cuidado del psiquiatra, dejaron de simular los síntomas de la enfermedad y se mostraron amistosos y con deseos de cooperar… Pero todos fueron dados de alta con el diagnóstico de “esquizofrenia en remisión”, indicativo de que el engaño no había sido descubierto.
El experimento demostró que etiquetar a una persona como enfermo mental hace que, de alguna forma, dejemos de escucharla.
¿Es posible escuchar a aquellos que viven en realidades ajenas a las nuestras? ¿Hay posibilidad de comunicación cuando dos personas viven en mundos distintos o es inevitable que uno califique al otro de loco?
En Planolandia, el libro del reverendo Abbott, el cuadrado que ha soñado que no es comprendido por los que viven en un mundo unidimensional, consigue comunicarse con una esfera y empieza a predicar el evangelio de la posibilidad de tres dimensiones.
Desdichadamente, es condenada a cadena perpetua en un psiquiátrico bidimensional.
3 comentarios:
De seguro que si.
Saludos, muy buen trabajo.
Le paso a galileo no?, bueno no solo a el.
Me encantó. Supo pasar en una epoca y no tan lejana en terminos historicos, se callaron los ruidos de los libros y los prendieron fuego a cual rito de quemar brujas. Falla el alter ego, ya no escuchamos... Hay una cancion de Ismael que me gusto mucho, te la dejo por aqui y se la podria hilar perfectamente... Besitos -Majo
No te dejará dormir este estrépito infinito
que intenta llenar los días de tinieblas y enemigos.
Una estruendosa jauría se empeña en hacer callar
las preguntas, los matices, el murmullo de ojalás.
Ruido de patriotas que se envuelven en banderas,
confunden la patria con la sordidez de sus cavernas.
Ruido de conversos que, caídos del caballo,
siembran su rencor perseguidos por sus pecados.
Si se callase el ruido
oirías la lluvia caer
limpiando la ciudad de espectros,
te oiría hablar en sueños
y abriría las ventanas.
Si se callase el ruido
quizá podríamos hablar
y soplar sobre las heridas,
quizás entenderías
que nos queda la esperanza.
Ruido de iluminados, gritan desde sus hogueras
que trae el fin del mundo la luz de la diferencia.
Ruido de inquisidores, nos hablan de libertades
agrietando con sus gritos su barniz de tolerantes.
Nunca pisa la batalla tanto ruido de guerreros,
traen de sus almenas la paz de los cementerios.
Háblame de tus abrazos, de nuestro amor imperfecto,
de la luz de tu utopía, que tu voz tape este estruendo.
Si se callase el ruido
oirías la lluvia caer
limpiando la ciudad de espectros,
te oiría hablar en sueños
y abriría las ventanas.
Si se callase el ruido
quizá podríamos hablar
y soplar sobre las heridas,
quizás entenderías
que nos queda la esperanza.
Si, justamente esa canción de Ismael Serrano es una de mis favoritas.
Un beso.
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