miércoles, 31 de agosto de 2011

TORI


T por la Ternura que fue tu estampa
O por el Olorcito a momia de tu hociquito en los últimos años (algo que sin duda también recordaremos)
R por el Resplandor de tu mirada
I por el Inmenso Amor que nos regalaste
Hoy simplemente tu familia tiene nublado el corazón de tristeza porque por esas cosas que también tiene la vida, nos privas de tu presencia física. Sin duda, con el correr de los días nos quedará el recuerdo de cómo iluminaste por un largo tiempo nuestras vidas.
Mi Tori es el osito más tierno y dulce que puedan imaginarse. Tori no es mi mascota, es mi amiga y compañera desde hace 14 años y en lo que a mí respecta siempre en mi corazón ella será “ES”.
¿Cómo olvidar cada pedacito de la experiencia que ha sido contar con tu compañía?
Mi osito, cuando yo viajaba, acostumbraba de joven dormir con alguna de mis zapatillas o calzado que encontrara.
Mi osito cuando yo no estaba siempre me buscaba.
Mi osito cuando me enfermaba no se movía de mi lado.
Mi osito bailaba al son de las chacareras que mi abuela le cantaba.
Mi osito cuando íbamos a dormir tenía la deferencia de esperar que mi her acomodara las sábanas y colchas sentadita en la punta de la cama para luego escabullirse debajo de las colchas (porque ella sabía que sobre las sábanas no podía dormir).
Mi osito se sentaba en medio mío y de mi hermana para ver “LOST”.
Mi osito tenía la costumbre de buscarte la cara para darte besos.
Mi osito no tenía conciencia de su tamaño y era capaz de hacerle frente a cualquier enorme perro que se le cruzara (lo cual a veces era un problema y a veces solamente era chistoso).
Mi osito conoció a casi todos mi amigos.
Mi osito rascaba la puerta para hacerme saber que quería hacer el número 1 y/o el número 2.
Mi osito gustaba de tomar sol acompañando a mi abuela cuando se sentaba en la vereda.
Mi osito comía con asquito su alimento para problemas hepáticos pero se le salía la cola de alegría cuando olía alguna torta o cosa dulce.
Son tantos los recuerdos que me vienen a la conciencia ahora…
Tori, tesorito mío… te vamos a recordar en cada paquete de galletas que abramos y no vengas corriendo a pedirnos un pedacito, en cada previa antes de ir a dormir, en cada compra de alimento para tus otros compañeros. La Chuni va a extrañar tu cola con la que le gustaba jugar, la Meguita va a extrañar hacerse la patovica no dejándote pasar por una puerta, Lorenzo…supongo que va a extrañar que lo aplastes pasando descuidadamente por encima suyo (él sabía que era producto de tus avanzadas cataratas).
Todos te vamos a extrañar en cada rincón de nuestra casa…
Al menos me queda el consuelo de saber que no sufriste y te fuiste durmiendo.
¡Hasta eso hiciste! Postergaste tu partida sólo para volver un ratito y dejarnos llenarte de abrazos y de besos y no permitiste que quedara en mis manos decidir tu destino. Hasta de esa manera nos demostraste tu amor.
Algún día, cuando tenga hijos les voy a contar todo lo que sos y me enseñaste de la vida. Y espero con ilusión, que ellos también puedan tener la fortuna de contar con una compañía tan preciosa como la tuya.
TE AMAMOS TORI Y SIEMPRE VAS A SER PARTE DE NUESTRAS VIDAS. AHORA SOLAMENTE NO TE VEMOS FUERA DE NOSOTROS PERO ESTAS TATUADA EN NUESTROS CORAZONES.


domingo, 3 de mayo de 2009

Mañana Será

Mañana será hoy y hoy será ayer,
Mañana es mañana y hoy será pasado.
Mañana será mi día porque hoy le pertenece a otro.

Mañana será mi alternativa,
Hoy quiero mi oportunidad.
Me urge mañana porque entonces quiero ser.

Mañana es mi futuro y será mi tradición.
Hoy me duele mañana y quizás mañana también.
Pero mañana no es todavía y todavía puedo ser.


M.J.

lunes, 2 de marzo de 2009

Un jueguito


Me encantó este juego:
Si pudieras en una conversación reunir a tu “Yo” presente con tu “Yo” pasado (ese yo no responde estrictamente a la distinción psicoanalítica entre yo, ello y súper yo, sino que justamente comprende a las tres dimensiones como sinónimo de personalidad integral)… ¿Qué crees que se dirían? ¿Qué te dirías? ¿Te advertirías sobre algo? ¿Procurarías conservar ciertas cosas?
Creo que yo particularmente, tendría muchas cosas para decirme y también muchas para callar, para ocultar…Creo que incluso, trataría de sortear la tentación de reducir la sorpresa e incrementar el control. Finalmente cedería a la tentación puesto que…al fin y al cabo, no se puede, al menos por ahora, modificar el pasado y solo me tengo en el presente en todas mis dimensiones. Pensándolo así, dicha conversación no pasaría de ser hipotética, una interesante ficción.
¿Qué le diría aquella niña de limitado vocabulario y casi ilimitada imaginación a esta mujer de hoy?
Creo que si me pensara en aquel entonces, lo más importante para decirme sería lo siguiente:
Punto número uno: recuerda siempre que no hay límites para los sueños.
Número dos: no renuncies nunca a la felicidad plena.
Número tres: no te conformes nunca con solo cumplir.
Número…: recuerda estar siempre en cada uno de los detalles.
Número…: ten siempre presente que eres tu centro aunque no el del mundo.
Número…: procura siempre conservar los significados.
Número…: hay pocas cosas en la vida que valen una gran tristeza.
Número…: esfuérzate mucho para que el miedo solo te ocupe unos segundos.
Número…: que ninguna experiencia insatisfactoria deje en vos una gota de cinismo.
Número…: Finalmente…tienes todo el tiempo del mundo para todo lo que te propongas.

Y a su vez, esta mujer que debería haber ganado en experiencia y haber perdido en inocencias, cómo le hablaría?
Le diría que los límites no lo son tanto para los sueños como para las realidades pero que casi todos pueden ser franqueados.
Que la felicidad es un instante, que pasa tan rápido que a veces ni nos damos cuenta que la sentimos, que por suerte no es una sola sino varias y que precisamente vivimos para esos instantes y que por lo tanto…tenemos que estar muy atentos para poder sentirla en plenitud. Le diría que no lo sabe pero que algún día se dará cuenta de que a veces fue una niña melancólica con una infancia muy feliz.
Que como no todo en la vida es felicidad y satisfacción, también hay espacios en los que solo se cumple.
Que lo de mirar los detalles es siempre un desafío porque nos atiborran con imágenes.
Que a veces cuando el conflicto con nosotras mismas no nos deja ver con claridad, no esta del todo mal hacer de los otros tu centro porque finalmente uno ya esta en ellos y ellos pueden ayudarte a encontrarte. Y que en realidad el centro es el mundo.
Que las palabras y los conceptos, viviendo, se resignifican.
Que con la conciencia cada vez más habitada te invade la sensación de que pocas cosas son tan puras para valer una gran felicidad.
Que el miedo ocupa muchos segundos cuando se multiplican porque incursionas en cosas nuevas y que justamente cada cosa nueva es vital.
Que el cinismo es casi una condición para salir del estado de naturaleza y que casi siempre se va a sentir desgarrada por el deseo de ser siempre un poco incivilizada.
Que el tiempo no existe, que solo hay un sistema de medición de sucesiones que nos inventamos para recordarnos que debemos aprovechar el infinitesimal suceso que somos.

Si alguien tiene ganas de jugar también, esta gustosamente invitado.

M.J.

sábado, 14 de febrero de 2009

SI SE PUDIERAN OIR NUESTROS PENSAMIENTOS, TODOS SERÍAMOS CONSIDERADOS LOCOS.


El reverendo Edwin Abbott publicó a principios del siglo XX un inquietante titulado “Flatland”. La traducción vendría a ser algo así como “Planolandia”, y en él se contaba la historia de un habitante del mundo bidimensional, es decir, de una realidad que sólo tiene longitud y anchura, pero no altura. Es un mundo plano, como la superficie de una hoja de papel, habitado por líneas, triángulos, cuadrados.
Sus moradores pueden moverse libremente en esta superficie, pero, al igual que las sombras, ni pueden ascender por encima ni descender por debajo de ella. Ellos ignoran esta limitación, porque la idea de una tercera dimensión les resulta inimaginable, hasta que uno de los habitantes de Planolandia, un cuadrado, tiene un sueño en el que viaja a un mundo unidimensional, cuyos habitantes son puntos y rayas. Todos se mueven hacia delante o hacia atrás, pero siempre sobre una línea, a la que llaman su mundo. El cuadrado intenta explicar a la raya más larga de “Linelandia”, el monarca, que existe otro mundo de dos dimensiones, pero la idea les resulta tan inconcebible que todos los habitantes se lanzan sobre el cuadrado con la intención de asesinarle: para ellos, el cuadrado está loco.

Salgamos del libro del reverendo Abbott. Muchos años después, en nuestro mundo tridimensional, un psiquiatra realizó un fascinante estudio para averiguar cuánto influye el hecho de emitir un diagnóstico psiquiátrico sobre las personas en la forma en que entendemos su comportamiento. Se preguntaba: ¿qué pasaría si un número de personas, completamente cuerdas, trataran de ingresar en un hospital psiquiátrico fingiendo padecer alguno de los síntomas de la locura? ¿Se los calificaría de locos? Y, caso de ser admitidos en el hospital, ¿se darían cuenta los doctores de que se trataba de una impostura?
Los ocho participantes en la investigación (psicólogos, psiquiatras, pediatras, un ama de casa…) solicitaron una cita quejándose de oír voces. Estos dos datos (las voces imaginarias y la verdadera profesión) fueron los únicos elementos de la impostura: no mintieron en sus sentimientos, sus pensamientos o los acontecimientos significativos de su vida… Y todos ellos, personas sanas, fueron diagnosticados como psicóticos o esquizofrénicos.

Tan pronto como los pseudo pacientes quedaron al cuidado del psiquiatra, dejaron de simular los síntomas de la enfermedad y se mostraron amistosos y con deseos de cooperar… Pero todos fueron dados de alta con el diagnóstico de “esquizofrenia en remisión”, indicativo de que el engaño no había sido descubierto.

El experimento demostró que etiquetar a una persona como enfermo mental hace que, de alguna forma, dejemos de escucharla.
¿Es posible escuchar a aquellos que viven en realidades ajenas a las nuestras? ¿Hay posibilidad de comunicación cuando dos personas viven en mundos distintos o es inevitable que uno califique al otro de loco?
En Planolandia, el libro del reverendo Abbott, el cuadrado que ha soñado que no es comprendido por los que viven en un mundo unidimensional, consigue comunicarse con una esfera y empieza a predicar el evangelio de la posibilidad de tres dimensiones.

Desdichadamente, es condenada a cadena perpetua en un psiquiátrico bidimensional.

LUIS MUIÑO (Psicólogo).

lunes, 6 de octubre de 2008

LA COVALENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES.

Para aquellos que me conocen hace unos pocos años, les sorprenderá saber que entre la lista de mis opciones de lectura también se encuentran tópicos descriptos y analizados desde la física y la química; pero aquellos que me conocen hace unos años más que los primeros, recordarán las apetencias que tengo por la astronomía y las ciencias afines, por lo que a ellos no les sorprenderá tanto verme deambular por los derroteros que pasaré a dibujar.
Quisiera hacer con ustedes algunas indagaciones a las que en general temo porque implica intentar alguna asociación entre las ciencias duras y las blandas, esto, en la historia, no llevó a nada bueno la mayoría de las veces.
Lamentable y aparentemente todavía, los hombres somos sistemas de proceso de información lineales y no paralelos, por lo que en este escalón de la evolución humana, tenemos una capacidad de concentración y asimilación limitada. ¿Recuerdan el jueguito que consiste en hacer un círculo sobre el vientre con una mano mientras con la otra se golpea la cabeza? ¿Recuerdan lo que cuesta hacerlo, al menos al principio? Y es en esta última idea donde creo deberíamos concentrarnos, en que cuesta al principio pero casi siempre lo logramos. Nos cuesta porque en realidad este puede ser el principio y no el fin. Estamos como adaptados a la idea de la finalización permanente.
En fin…otra idea es la siguiente. Todos cursamos al menos niveles básicos en química.
¿Se acuerdan de las covalencias de los átomos? Es decir, ¿de su capacidad de combinación o interacción? Los átomos pueden tener covalencia 0, 1, 2, etc. Lo cierto es que a medida que se combinan, en la aglomeración y formación de moléculas, los átomos van perdiendo sus posibilidades de interacción y se llega a un punto muerto, a un punto de parada. Pensando en esto, me pregunté ¿Existirá algo así como la covalencia de las relaciones sociales? Al fin y al cabo no somos más que un montoncito de átomos…es decir ¿será posible explicar las posibilidades de interacción social a partir de estos presupuestos y relacionarlos de alguna manera con la capacidad de asociación que tiene cada ser humano?
Un paréntesis…lo de ciencias duras es casi una arbitrariedad o un anacronismo, estas llamadas ciencias duras no tienen nada de cerrado, al menos son las que más se han rectificado y avanzado en estos últimos tiempos.
Creo generar algún tipo de empatía cuando recuerdo con ustedes el habernos visto, alguna vez, combinados con personas que cerraban el círculo de las relaciones sociales creando cierto punto de atracción y concentración, y bueno…también, por supuesto, el haber logrado conectarnos con personas que justamente, todo lo contrario, abrían las posibilidades de interacción ampliamente.
Esto, de más está decir, no tiene nada del rigor científico de ningún tipo de ciencia. Solo estoy divagando por caminos que ya no solía transitar.
Combinando las dos ideas anteriores; la de que en general los hombres somos sistemas que procesan información linealmente y la de la covalencia de las relaciones sociales… ¿podríamos afirmar que si bien, en general, casi todos podemos hacer una sola cosa a la vez, existen atisbos de evolución humana, de futuro, viviendo entre nosotros?
Nuestra forma de comportarnos, de enfrentar y resolver problemas están condicionados en parte, por la información genética (casi todos los hábitos, culturales inclusive, tienen algún link en nuestra genética) que va generándose y evolucionando a partir de instancias de necesidades adaptativas; y en parte por los nuevos fenómenos que van incitando nuestra inquietud y hasta urgencia por aprehenderlos. Esto significaría que nos comportamos como nos comportamos, en gran parte, porque así lo hicieron nuestros antepasados. No obstante, creo que estarán de acuerdo conmigo, en que a veces nos encontramos con personas que tienen una manera particular de enfrentar diversas situaciones, que no van necesariamente a contrapelo de los cánones que no cuestionamos, pero que si ofrecen alguna medida de vanguardia, de innovación.
Yo creo que hoy el mayor desafío que enfrentamos en el camino de la supervivencia humana es la necesidad de ampliar nuestra capacidad de entendimiento con el otro, con los otros. Llegar a profundizar en la empatía (por cierto, una de las epidemias de este siglo es el autismo, de alguna manera fuimos instalando la idea de la no conexión) Siento que nuestra supervivencia y evolución (“evolución no es el mero paso del tiempo”) depende de que comencemos a practicar a ultranza el relacionamiento y de que multipliquemos exponencialmente nuestras covalencias (si alguien pudo querer poner de acuerdo a los chinos para que saltaran todos juntos y de esa manera sacarnos de órbita…¿porque no plantear ponernos de acuerdo en esto?).
Quizás algún día, así como ya hay casos de niños que nacen sin “el apéndice” (tripita que en esta instancia evolutiva no nos sirve para nada), vayan naciendo cada vez en mayor número y acumulativamente, seres humanos con niveles progresivamente más elevados de entendimiento mutuo.
Concluyo repitiendo….solo estoy divagando…o quizás simplemente estoy buscando distintos caminos para esperanzarme.
M.J.

sábado, 27 de septiembre de 2008

DIARIO DE AMOR DURANTE UNA CATÁSTROFE

Otro escrito de Hernán Casciari, me gustó mucho y quiero compartirlo.

1º DE DICIEMBRE. Ya ha pasado una semana desde la desaparición de África y sigo sin sentir dolor por el destino del mundo. Estoy harto de que nadie piense en retomar el curso de la vida, harto de que no se oiga hablar de otra cosa en la prensa, en la calle, en la televisión. África por aquí, África por allá… La desaparición del continente es un tema importante, pero no entiendo cómo se las arregla la gente para cotorrear día y noche sobre un asunto del que nadie sabe qué decir. En otro orden de cosas, Soledad no me ha llamado.
2 DE DICIEMBRE. Desde la catástrofe no ha pasado nada nuevo. Sólo se sabe que el continente africano, junto a sus setecientos millones de habitantes —la cifra es todavía parcial— ha desaparecido de un segundo para el otro. No se ha hundido; tampoco ha explotado. No han quedado las ruinas de nada. Lo único cierto es que África ya no está. Los satélites no la ven (yo tampoco puedo ver a Soledad Lira). Donde alguna vez supo haber una masa enorme de tierra con animales, hombres, vegetación, cultura, ciudades, etcétera, ahora hay únicamente agua.
4 DE DICIEMBRE. Amo a Soledad Lira porque tengo memoria. Me pasé todo el día de ayer leyendo algunas de sus cartas y tuve una certeza: todo se reduce a la memoria. El que no tiene memoria vive alzado, igual que los trabajadores de la construcción; el que tiene un poco de memoria se enamora, pero a un nivel oficinista de banco estatal; y el que más memoria tiene se enamora menos veces en la vida, tres o cuatro, pero en serio y sin más remedio. Debería empezar a quemar sus cartas.
4 DE DICIEMBRE, POR LA NOCHE. Hablando de cartas. En los correos de la Tierra se han catalogado ya ciento quince mil sobres y encomiendas con destinos ahora imposibles de hallar. Correspondencias que debían enviarse a África. No lo sé con seguridad, pero algunas de esas cartas deben ser cartas de amor.
6 DE DICIEMBRE. Hoy ha aparecido otra vez una viñeta de humor en el periódico donde escribo. Fueron muchos días sin que se publicara la página de chistes, días de luto tras la tragedia. Hoy por fin han puesto uno. “Hay que verlo por el lado bueno”, dice el personaje del chiste mientras mira un mapa, “hemos acabado con el hambre en el mundo”. A nadie le ha causado gracia. Han llegado cientos de cartas de lectores quejándose. La gente está muy sensible.
7 DE DICIEMBRE. Sigo sin poner un pie en la redacción. El director quiere que escriba algo sobre África; cualquier cosa. Mis editores tratan de conocer, hasta por teléfono, mi postura. “Desde hace dos semanas mi postura es la horizontal”, les he dicho. No quiero escribir. Los intelectuales, en estos días, opinan bajo los efectos de la autokinesis; es decir: no logran sacar conclusiones propias si están alejadas de la influencia de una norma social de grupo. Ningún periodista tiene la libertad de postular que la catástrofe africana ha sido menos cruenta que los últimos cien años de África como territorio hambreado. Esa es mi excusa para no escribir. La verdadera razón se llama Soledad.
9 DE DICIEMBRE. El amor son unos datos que van de la cabeza al cuerpo, y que nos dice por dónde nos pasa la perfección del placer, de la seguridad espiritual y de la belleza. Qué queremos siempre, qué queremos dos por tres, y qué querríamos solamente un rato. También nos aclara qué no quisiéramos nunca. Amo a Soledad porque la recuerdo. El que no guarda memoria sobre estas informaciones lo que quiere es emprenderla contra algo, y lo mismo le da una señorita o medio kilo de pescetto. A propósito de alimentación. Hoy hice zapping por un canal de cocina para no escuchar sobre África. Me topé con un cocinero. Decía que, tras la desaparición, se perdieron para siempre cuarenta y cinco condimentos que sólo se producían en el continente perdido.
11 DE DICIEMBRE. Según un censo aproximado han desaparecido 40.000 europeos, 25.000 asiáticos, 18.000 americanos de las tres Américas y 900 australianos que residían o vacacionaban en el continente el 24 de noviembre.
13 DE DICIEMBRE. El teléfono me está volviendo loco. Rechazo todas las propuestas para escribir o aparecer en la radio; al principio con cortesía, y de tres días a esta parte sin ninguna diplomacia. Me resultaría mucho más cómodo desconectar el aparato, pero en el fondo espero que suene el teléfono y que del otro lado Soledad me pida perdón.
14 DE DICIEMBRE. He hablado con mi madre. Está convencida de que la desaparición de África es la primera de las siete plagas que azotarán al mundo antes del gran Juicio. Me lee por teléfono un pasaje del Apocalipsis: “El primer ángel derramó su copa sobre la Tierra, provocando una llaga maligna en todos los hombres que llevaban la marca de la bestia”. Para ella, esa marca no es otra cosa que la tez negra de las víctimas. Mi madre cree que las siguientes seis plagas castigarán al mundo en breve, por orden alfabético: primero África, y luego América, Asia, Europa, Oceanía, el Polo Norte y el Polo Sur. Quise explicarle que Dios difícilmente organice el castigo divino con burocracia alfabética. No entiende razones.
15 DE DICIEMBRE. Las noticias de los diarios, a dos semanas de la desaparición, son cada vez más escandalosas. Los periodistas, cuando no tenemos nada para decir, nos convertimos en loros infames, en malos escritores de ficción. Mi raza, los columnistas de opinión, somos los peores.
15 DE DICIEMBRE, POR LA NOCHE. En realidad no hay una sola profesión que se salve de la vergüenza. Cada cual lleva la explicación al terreno que le conviene: los científicos aventuran razones científicas, los religiosos acomodan las escrituras para encontrar argumentos de fe. Los esotéricos revisan las estrofas de Nostradamus y, oh sorpresa, encuentran vaticinios puntuales. Y los periodistas recogen todas las voces, las editan sin orden y ofrecen cada porción de estupidez como si se tratara de una gran exclusiva. Pero a la pregunta más simple, a la pregunta que se hace un niño de siete años (“papá, ¿a dónde se fue África?”), a esa pregunta, nadie la puede contestar.
16 DE DICIEMBRE. He estado todo el día haciendo guardia frente a la casona de San Fernando. Soledad no ha salido, pero sé que está dentro. El coche de Iván no está en la calle ni en los alrededores, pero podría estar guardado en el garage. No sé si están juntos, no sé si Soledad está con alguien, pero cada vez que cierro los ojos me la imagino acompañada. Intento no cerrar los ojos.
17 DE DICIEMBRE. Ahora todo el mundo sabe que África tenía el río más largo del mundo. Datos fríos, intrascendentes, que hasta el 24 de noviembre eran apostillas en los manuales de escuela primaria, ahora están en boca de la gente culta. La prensa se ha convertido en una enciclopedia barata.
18 DE DICIEMBRE. África desapareció a las 4:35 de la madrugada de Nueva York, según la versión fotográfica de los satélites meteorológicos. Es decir, a las once y media pasadas del 24 de noviembre africano. Un segundo antes, los alumnos de Bujumbura entraban a clase sin saber que todo dejaría de existir. Las amas de casa, en Camerún, estaban a punto de preparar el almuerzo. Los cabeza de familia de Pretoria se disponían a regresar a casa desde sus empleos mal pagos cuando aquello —que no tiene nombre— ocurrió. Yo llamaba por quinta vez a Soledad para pedirle una explicación, y ella no me respondía. Faltaban dos segundos para que un pelotón de guerreros hutus fusilara a un pastor tutsi en un campo clandestino de Ruanda. Un avión de pasajeros despegaba, en ese instante, desde el aeropuerto de Banjul rumbo a París. Un adolescente blanco besaba a una chica zulú, sin que le importara la mirada de un guardia civil, en una plaza de Yemena, y un chiquito sin esperanzas había conseguido una raíz tierna para calmar el estómago, en un suburbio de Addis Abeba, cuando llegó lo que nadie puede explicar.
18 DE DICIEMBRE, MÁS TARDE. En la Comunidad Europea se debate si las inmigrantes africanas pueden dar a luz en las embajadas para que sus hijos tengan nacionalidad continental. La polémica ha surgido a raíz de un pedido formal de una mujer embarazada, esposa del cónsul nigeriano en Washington, que ha acabado atrincherándose en el sótano de su edificio diplomático para parir. Los legalistas de las Naciones Unidas, sin embargo, aún no se ponen de acuerdo: ¿puede alguien, luego del 24 de noviembre, tener la nacionalidad de un sitio que ya no existe? ¿Siguen siendo, las embajadas y los consulados africanos, parte de un territorio llamado África? ¿Con quién pasará Soledad Lira la Navidad?
19 DE DICIEMBRE. Las mujeres, que en realidad son cuatro o cinco, tienen la desventaja de llamarse de mil maneras distintas. La memoria en realidad ayuda a encontrarles el verdadero nombre, la contramarca (para hablar en términos ganaderos), escondida detrás de la multiformidad y de la cosmética. Soledad no es mejor que muchas, y es peor que algunas. El problema no es ése. El problema es que ya no es mía.
20 DE DICIEMBRE. Hoy estuve en el centro y vi, en plena peatonal, un grupo de personas rodeando a un negro, seguramente uruguayo. Lo abrazaban con dolor, le daban las condolencias y el pésame. Las señoras bien, que hasta el 24 de noviembre se cruzaban de vereda cuando veían venir a este negro, ahora lo persiguen y quieren tocarlo, como si estuvieran fotografiando a un koala.
21 DE DICIEMBRE. Me he pasado otra vez la noche marcando el número de Soledad Lira para escuchar su voz grabada en el contestador. Después me he escondido a cincuenta pasos de la casona de San Fernando, hasta que se hizo de día, para espiar si entraba o salía Iván Terranova del brazo con ella. El mundo entero —mi madre incluida— se imagina el juicio final, el fin de los tiempos; yo me imagino a Soledad, en la que fue nuestra cama, con Terranova encima.
23 DE DICIEMBRE. Noticias que leo en la prensa, mientras hago guardia en San Fernando. Un buque francés que investigaba en aguas africanas, buscando restos o huellas, ha desaparecido ayer (lo dice Europa Press), y ninguna otra embarcación está dispuesta a adentrarse al lugar para buscar a los tripulantes perdidos. Ésta es de EFE: Las sectas con raíces negras ganan adeptos, y los suicidios provocados por el pánico, en diferentes puntos del planeta, son frecuentes. Y una última: según un estudio de la Unesco, durante las semanas posteriores a la desaparición se acrecentó en un 40% el pedido en adopción de niños negros por parte de familias blancas. El porcentaje aumenta a un 52% en países arios como Suecia, Alemania o Dinamarca, y en un 60% en Japón.
24 DE DICIEMBRE, POR LA NOCHE. La gente compra sus regalos de Navidad sin sonreír. Hoy he vuelto a la calle, con un gesto dolorido y grave, a tropezarme con los demás. Nadie puede distinguirme del resto de la gente, que también va por la calle con la mirada vacía. Cada hombre decente de este mundo está acongojado igual que yo, pero no porque Soledad Lira los haya borrado de la memoria, sino porque África, hace ya un mes, ha dejado de existir. No entiendo por qué Soledad Lira ya no me ama, si lo más lógico es que me ame. No sé por qué África ha desaparecido. Ni siquiera sé si Soledad, dentro de unos minutos, cuando den las doce campanadas y levante la copa, estará pensando en mí.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Los problemas de evitar el copiar y pegar

Por Hernán Casciari.

Esta semana una periodista (de revista argentina cuyo nombre no develaré) me pide un reportaje. Le digo que bueno. Ya expliqué un día lo que cuesta responder mil veces lo mismo, y de lo agradable que resulta cuando esto no ocurre. Uno siempre espera algo de piedad; pocas veces te dan el gusto. Esta vez tampoco hubo suerte. La primera inquietud del cuestionario era la de siempre: ¿Cómo descubriste el mundo de los blogs? La tercera era peor: ¿Cuándo sentiste que eras un blogger? Pero lo más triste, ay, aún estaba por llegar.
La primera tentación, cuando te llega un cuestionario insulso, lleno de preguntas tópicas, es indagar en los archivos del correo electrónico, buscar un antiguo cuestionario idéntico y hacer copy-paste con respuestas similares. ¿Total, a quién le importa? Ni estás mintiendo, ni es ilegal, ni es plagio. Incluso, de esa forma, te cubrís de no decir dos cosas diferentes ante el mismo requerimiento.
Pero yo tengo una especie de lema, una alerta en el cerebro que me guía en mis acciones cotidianas y que dice así:
—“Nunca hagas lo que haría un abogado”.
Y yo estoy seguro que un abogado, ante el dilema de tener que responder lo mismo dos veces, haría copy-paste. Es más: ellos lo llaman crear precedente, lo hacen todo el tiempo, alardean de ello y les parece de lo más normal.
Entonces decidí tomarme un rato libre, relajarme, y no contestar lo de siempre. Otra vez, como un pánfilo, tomé la decisión de responder cosas nuevas a las mismas preguntas. Hay gente que a eso le llama mentir (por ejemplo, los abogados), pero yo creo que tiene que ver con equilibrar el mundo.
A estas alturas está clarísimo que el mundo es una mierda, y que no es posible hacer nada heroico para salvarlo al completo. Lo único que podemos hacer, con suerte y paciencia, es no convertir nuestra vida en algo mediocre. Nuestra pequeña parcela, nuestros pocos años. ¿Qué sentido tiene nivelar para abajo? ¿Vamos a responder como autómatas sólo porque las preguntas las hace un autómata? No. Porque es lo que haría un abogado.
Éstas eran las preguntas:
01) Cómo descubriste el mundo de los blogs? 02) Cómo te mestiste en el mundo de los blogs? 03) Cuándo sentiste que eras un blogger? 04) Qué te inspiró a conjugar literatura y blog? 05) Por qué y cuándo te fuiste de la Argentina? 06) Cómo te influyó eso para llegar a tu hoy? 07) Cómo fue meterte en un campo sin mucha historia... etc? 08) Cuál fue el mayor obstáculo con el que te encontraste? 09) Cómo lo superaste? 10) Cuál fue la mayor sorpresa? 11) Considerás solitario tu trabajo? 12) Qué le dirías un chico que quiere crear un blog?
El periodismo es un oficio de lo más bonito, y la entrevista es un arte menor que, en ocasiones, adquiere alma. Para que este arte funcione hay que ponerle voluntad. Pero se trata de una música que se toca a cuatro manos, y tiene que haber voluntad de los dos lados del mostrador. Cada cual tiene que hacer lo que sabe, o lo que debe. Y el copy-paste no es una opción. La mediocridad no es una opción, ni siquiera una excusa para no seguir intentando equilibrar este arte menor, primo hermano del oficio de escribir.
Con esta premisa, hace dos noches me senté a contestar cosas nuevas. Como siempre, lo que hice fue ponerme a jugar y a decir lo primero que me apareciera por la cabeza (no hay otra forma de responder cuestionarios pavos, ni de salvarse de una noche aburrida). Y a eso de las seis de la mañana, cansado pero contento, le envié el mail con las respuestas a la periodista:
¿Cómo descubriste el mundo de los blogs?
Una mañana calurosa de 2003 me levanté de la cama y le dije a mi mujer: "Salgo". "¿A dónde vas?", me preguntó. "A descubrir el mundo de los blogs". Y ella me dijo, me acuerdo patente: "Cuando vuelvas traé desengrasante".
¿Cómo te mestiste en el mundo de los blogs?
Fue muy complicado meterme, porque soy un poco gordo y en general los blogs son para gente fashion, de contextura media. Pero le hice unos cortes por el costado, a la altura de la sisa, y me metí igual. Ahora no me lo puedo sacar: parezco un teletubi.
¿Cuándo sentiste que eras un blogger?
Siempre, desde chico, quise tener una profesión que repitiera consonante. Pero me decían: "De eso no hay; tenemos carpinteros, soldadores, ebanistas, poetas, pero de doble consonante nada". Yo nunca me rendí. Con la llegada del siglo 21, aparecieron dos: stripper y blogger. Y como soy tímido, elegí ésta porque podés dejarte puesto el calzoncillo.
¿Qué te inspiró a conjugar literatura y blog?
Para hacer un blog hay que mezclarlo con algo, sí o sí. Porque un blog, en sí mismo, es insípido, incoloro e inodoro. Hay gente que lo mezcla con la fotografía y sale un fotoblog; otros lo fusionan con la imagen, y sale un videoblog; otros lo juntan con el oído, la nariz y la laringe, y sale un otorrinonaringoloblog (éstos están muy de moda ahora en Estados Unidos y Ucrania). Yo decidí mezclarlo con mentiras, y me salió un blog de cuentos.
¿Por qué y cuándo te fuiste de la Argentina?
Hay dos versiones. Yo digo que porque me enamoré de una chica que vivía en otro país y en el año 2000 me fui a ese otro país para estar con ella. Pero la chica dice que no me conoce y dos por tres llama a la policía diciendo que me meto en su casa por la ventana de atrás. Actualmente tengo una orden de alejamiento de la Guardia Civil, pero sigo manteniendo mi versión.
¿Cómo te influyó eso para llegar a tu hoy?
Vivir en el extranjero te sirve para muchas cosas, por ejemplo para quejarte y para exagerar. Yo me quejo mucho de todo lo malo del extranjero, y exagero mucho todo lo bueno de la Argentina. Un día me equivoqué e hice lo contrario, y me convertí en un rumano que toca el acordeón en el subte.
¿Cómo fue meterte en un campo sin mucha historia e ir descubriéndolo a medida que lo transitabas?
La vida es un campo sin historia que vas descubriendo a medida que lo transitás. También lo es el amor a primera vista, la escuela primaria, la primera operación de amígdalas, el primer beso, los primeros tocamientos adolescentes abajo de la cobija, y el primer ataque cardíaco. La muerte, sin ir más lejos, es también un campo sin historia. Al lado de todo eso, el "campo blog" me chupa un güevo.
¿Cuál fue el mayor obstáculo con el que te encontraste?
Una vez viajaba en el auto y justo había un puente para cruzar. Delante de mí había un camión seis centímetros más alto que el puente, por lo que se generó un atasco. El camión no podía ir hacia atrás, ni tampoco hacia delante. No sabíamos qué hacer. Llegaron la policía y los bomberos, pero nadie descubría el modo de solucionar el problema. Ése fue el obstáculo más grande que recuerdo.
¿Cómo lo superaste?
Llevábamos horas sin dar con la solución, hasta que un niño de seis años que pescaba bajo el puente, dijo: "¿Y por qué no le desinflan las ruedas al camión para que no sea tan alto y pueda pasar por debajo?". Le hicieron caso al niño y santo remedio. La polícia, los bomberos y todos los adultos nos sentimos bastante pavotes.
¿Cuál fue la mayor sorpresa?
La mayor sorpresa ocurrió más tarde, cuando el niño pescador, de repente, se quitó una máscara de látex y descubrimos azorados que era un extraterrestre verde, horrible, que salió volando en medio de sonidos guturales. Lo perdimos de vista tras un cerro.
¿Considerás solitario tu trabajo?
Mi trabajo es, casi todo el tiempo, el de hacer reír. En los blogs, con los guiones de la tele, en los libros que escribo, y con las cosas que le cuento a mi hija para hacerla dormir. No me parece un trabajo solitario porque estoy rodeado de personajes que tengo que componer, y son todos un poco estúpidos. Y a mí la estupidez me causa gracia y me acompaña.
¿Qué le dirías a un chico que quiere crear un blog?
Antes que nada, le preguntaría al chico que está buscando: si la fama, si una profesión, si un pasatiempo, si dinero fácil, o acostarse con lectoras, o una vocación, o canalizar obsesiones, o sacarle el jugo a la compu que se acaba de comprar, o alardear de blog en el recreo, o qué. ¿Qué quieres, chico? ¡Habla! ¿A qué has venido a mi casa? ¿Por qué me has elegido a mí para hacer esta pregunta, maldito imbécil de corta edad? Una vez dicho esto (a los gritos, desde la puerta), el chico tiene dos opciones: salir disparando del susto, o quedarse y esperar una respuesta. Si se queda, lo obligaría a limpiar mi Peugeot con dos franelas, en círculos concéntricos, para que practique la coordinación de las manos y un día se convierta en un excelente karateca. Si en cambio se va asustado, yo miro cámara y digo: "He allí, doblando esa esquina, un cobarde que no se atreve a tener un blog".
Dos días más tarde la periodista rechazó la entrevista con este mensaje:
Hernán,Necesito algo con una onda un poco más formal (¡la revista es del Grupo La Nación!) ¿Se te ocurre cómo podemos hacer algo copado y publicable?
¿Moraleja? Los abogados siguen haciendo muy bien su trabajo.